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¿Imaginas ser feliz sin nada de lo que das por sentado?

Yo creo que es posible, o al menos eso pude descubrir en uno de los viajes más reveladores de mi vida. Damos por sentada demasiadas cosas que cuando fallan, hacemos un mundo entero del asunto. Cuántos de nosotros habremos pasado un mal rato porque el aparato del wifi ha dejado de funcionar, o la lavadora, lavavajillas, la televisión. Alguno hemos sido tremendamente infeliz al ver que la videoconsola de repente ya no carga nuestro juego favorito.

Es evidente que cualquier contratiempo en la vida moderna puede ser motivo de muchas molestias, sobre todo si partimos de que las empresas de servicio (aseguradoras, compañías de luz, agua, teléfono, internet, bancos, etc) que deberían ayudar a la comunidad a funcionar mejor, sólo trabajan por optimizar el beneficio económico propio y eso genera más estrés al problema que tenemos que soluciones. Pero eso es otra reflexión diferente.

¿Y sí pudiéramos plantearnos la felicidad sin nada de eso? Myanmar es un país enormemente rico con una comunidad muy pobre, donde los adelantos tecnológicos aún no han cambiado el saludo amistoso y la eterna sonrisa de sus habitantes (aunque está siguiendo la estela occidental en los últimos años) y la felicidad de compartir la vida en todos sus aspectos.

Esta foto en la que unas mujeres de una aldea a las afueras lavan la ropa en el río Myitnge mientras el hombre al fondo se baña tiene un simbolismo enorme, en varios sentidos, por un lado, saca a relucir el machismo que sigue reinando en el mundo y que debería ser sustituido por una sociedad igualitaria en todos los aspectos. Pero por otro lado, esta foto deja entrever una escena que vivieron nuestras abuelas y que se ha ido perdiendo con la tecnología, la masificación de las ciudades y el individualismo del capitalismo. La capacidad de compartir momentos, la capacidad de continuar nuestra vida junto a otros.

Vivir la vida en comunidad facilita la resolución de problemas y la gestión de tareas, el día a día de la convivencia que a veces tan pesada se nos hace, es mucho más amable cuando no compites contra más de un millon de seres humanos por la comida, por el transporte, por el trabajo o por un hogar. Una vida sin pasar tantas horas en facebook o twitter, donde la vida virtual es la que nuestra imaginación desarrolla y en la que nos soñemos para que otros no tengan que decirnos diariamente lo que tenemos que soñar.

La capacidad que tenemos de seguir adelante con o sin adelantos tecnológicos, con o sin conciencia de mundo y ser humildes para poder saludar amablemente al forastero, y además permitir que entren a tu intimidad a fotografiarte sin sentirnos nunca incómodos por miedo a lo que nos van a quitar. Porque admitámoslo, tenemos mucho más miedo de lo que nos puede pasar por proyección de futuro que por el peligro real. Algo que en la sociedad de Myanmar no es así, su miedo es real, sus problemas son a vida o muerte.

Y aún así nos aceptaron. Y aún así seguimos sin aceptar una vida sin lavadora.

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