A tan sólo unos minutos del Traders Hotel, uno de los hoteles más caros y lujosos de Myanmar, junto a la Estación Central de Yangon y a menos de 500 metros del mercado de jade, donde lujosos autobuses de turistas van a comprar piedras preciosas existe un submundo en el corazón de Mingalar Taung Nyunt, en el lado este del centro de la capital económica de Myanmar, un país que celebró sus primeras elecciones democráticas en Noviembre del año pasado, tras más de 40 años de gobierno militar.
Un pequeño barrio de chabolas musulmán, que lucha por sobrevivir en condiciones infrahumanas, y donde se respira una normalidad densa a pesar de los mantras budistas que tienen que soportar a veces durante las 24 horas del día. La vida en el barrio es frenética, del día a la noche los comercios como en cualquier barrio abren sus puertas, no les falta de nada, peluquerías, bares, restaurantes, tiendas multiservicios, sastres, inclusive apuestas deportivas.
Sin embargo, sus comodidades son nulas, extremadamente difíciles, sin baños ni agua corriente en la casi totalidad de las casas, con el cableado eléctrico expuesto a niños. A pesar de que intentan mantener una higiene personal diaria, sin embargo viven en un entorno de basura y aguas contaminadas en las que la vida se hace prácticamente insoportable. Sin estructuras arquitectónicas estables, sin un mínimo aguante, en la época de lluvias suele inundarse llevando la suciedad a cualquier rincón de cualquier casa. A eso le llamo vivir al límite.
Pero la mayor sorpresa siempre suele venir ligada a gestos de humanidad, y la calidad humana de los habitantes de esa pocilga, con perdón, está muy por encima de muchos distritos de lujo de grandes ciudades. Armados con una sonrisa de vuelta, amables hasta el extremo, rápidamente hubo conexión entre la cámara, los locales y yo. Pronto me vi envuelto en un laberinto de callejuelas por donde pasaban una o dos personas, viendo y en algunos casos compartiendo los hogares de madera y bambú que se agolpaban unos a otros, muy juntitos como sí de una familia muy grande se tratara.
Desde familias que me invitaban a comer con ellos, cosa que por desgracia mi estómago no aguantaría, hasta niños siguiendo mis pasos y mostrándome caminos de ida y vuelta de la vida.
Y me dejé llevar, con la cámara y un sólo objetivo fijo, fui metiéndome en sus vidas y ellos en la mía para dejarme esta selección de momentos de su día a día.